Fragmentos de libros interesantes – La ladrona de libros

Fragmentos de libros interesantes – La ladrona de libros

Increíble esta historia, de verdad.

Sencilla, sobrecogedora y sobre todo, diferente.

Con un marco incomparable, la época nazi, y una niña muy especial que aprende a leer en un sótano miserable.

Liesel, la ladrona de libros.

Es una historia narrada por la propia Muerte, desde el principio te seducirá y ya no podrás parar de leer esta genial obra…

Fragmentos de libros interesantes la ladrona de libros (2)Como siempre, intento compartir los fragmentos de libros más interesantes que voy encontrando en mi camino, en este caso del joven autor Markus Zusak.

Hay veces que una historia te atrapa, te sumerge de lleno en un ambiente que no puedes evitar odiar, amar y vivir con intensidad a través de las palabras justas.

Te deja marcado, obligado a leer despacito cada momento y cada paisaje interior o exterior.

A pasar lentamente sus páginas, a no detenerte por nada del mundo, aunque tampoco se sepa si realmente se quiere llegar al final de la historia porque «ésto se acabe» y pierdas de vista a sus maravillosos personajes…

Así que, sin más, te dejo un pequeño testimonio de esta obra tan evocadora…

Fragmentos de libros interesantes: algunas palabras en boca de La Muerte…

«Frau Diller era una mujer mordaz, con gafas de gruesos cristales y una mirada cruel y fulminante. Había perfeccionado esa mirada malévola para desalentar a todo aquel que pretendiera robar en su tienda, que regentaba con porte militar, voz helada y un aliento que incluso olía a «heil Hitler«.

La tienda era blanca, fría y desangelada. La pequeña casa que quedaba comprimida al lado temblaba más que el resto de los edificios de Himmelstrasse . Frau Diller transmitía esa sensación y la despachaba como la única mercancía gratis que podía encontrarse en su establecimiento. Vivía para al tienda y la tienda vivía para el Tercer Reich. Incluso cuando empezó el racionamiento a finales de año, se sabía que vendía bajo mano ciertos artículos difíciles de encontrar y que donaba el dinero al Partido Nazi. En la pared detrás de su asiento había una foto enmarcada del Führer. Si entrabas en la tienda y no saludabas con un «heil Hitler», lo más probable era que no te atendiera.

Al pasar por ahí, Rudy le llamó la atención a Liesel sobre los ojos a prueba de balas que los escudriñaban a través del escaparate.

– Si quieres pasar de la puerta, di heil cuando entres- le advirtió, muy serio.

Cuando ya se habían alejado bastante del comercio, Liesel se volvió y vio que los ojos enormes seguían allí, pegados al cristal del escaparate.

Al doblar la esquina, Münchenstrasse (la calle principal, por la que se entraba y salía de Molching) estaba cubierta de barro.

Como era habitual, varias hileras de soldados que estaban entrenándose marchaban por la calle. Los uniformes caminaban derechos y las botas negras contribuían a ensuciar la nieve aún más. Todos miraban al frente, concentrados.

Cuando los soldados hubieron desaparecido, los Steiner y Liesel pasaron por delante de varios escaparates y el ayuntamiento, que años después sería rebanado a la altura de las rodillas y enterrado. Había varias tiendas abandonadas todavía marcadas con estrellas amarillas y comentarios antisemitas. Más allá la iglesia, cuyo tejado de elaborados azulejos apuntaba al cielo. En general, la calle era un alargado tubo gris, un pasillo húmedo lleno de gente encorvada por el frío y salpicado de tenues pisadas.

Al llegar a cierta altura, Rudy se adelantó a la carrera, arrastrando a Liesel consigo.

Llamó al escaparate de la tienda del sastre.

Si Liesel hubiera sabido leer, habría comprendido que pertenecía al padre de Rudy. La tienda todavía no estaba abierta, pero un hombre disponía las prendas en el interior, detrás del mostrador. El hombre levantó la cabeza y saludó con la mano.

– Mi padre- le informó Rudy.

Instantes después se encontraron en medio de una marea de Steiner de distintas alturas que saludaban con la mano, enviaban besos a su padre o saludaban circunspectos con la cabeza (en el caso de los mayores).

Luego se dirigieron al último sitio de interés antes de llegar al colegio»…

«Pillos»

Podría objetarse que Liesel Meminger lo tuvo fácil. Y sería cierto si la comparábamos con Max Vanderburg. Sí, claro, su hermano casi murió en sus brazos. Y su madre la abandonó.

No obstante, cualquier cosa era mejor que ser judío.

Hasta la llegada de MAx, perdieron otro cliente, esta vez la colada de los Weingartner. El Schimpferei obligado se desató en la cocina. Sin embargo, Liesel se consoló pensando que todavía les quedaban dos y, aun mejor, uno de ellos era el alcalde, la mujer y los libros.

En cuanto a las otras actividades de Liesel, seguía armándola junto con Rudy Steiner, Incluso me atrevería a afirmar que estaban perfeccionando su modus operandi.

Acompañaron a Arthur Berg y sus amigos en unas cuantas incursiones más, deseosos tanto de demostrar su valía como de ampliar su repertorio delictivo. Se llevaron unas patatas de una granja y cebollas de otra. Sin embargo, la mayor victoria la obtuvieron solos.

Tal como ya hemos comprobado, una de las ventajas de patear la ciudad era la posibilidad de encontrar cosas en el suelo. Otra era fijarse en la gente o, aún más importante, en la misma gente haciendo las mismas cosas semana tras semana.

Un chico del colegio, Otto Sturm, era una de esas personas a las que observaban. Todos los viernes por la tarde se acercaba a la iglesia en bicicleta para llevarles viandas a los curas.

Lo estuvieron estudiando durante un mes, mientras el tiempo empeoraba. Sobre todo Rudy, que estaba decidido a que un viernes de una semana de octubre curiosamente fría Otto no consiguiera llevar a cabo su cometido.

– De todos modos, esos curas están demasiado gordos- se justificó, mientras paseaban por la ciudad-. Podrían pasar sin comer una semana.

Liesel estaba completamente de acuerdo. Para empezar, no era católica, y en segundo lugar, ella también padecía hambre.

Liesel cargaba con la colada, como siempre. Rudy llevaba dos baldes de agua fría o, como él decía, dos baldes de futuro hielo.

Justo antes de que dieran las dos puso manos a la obra.

Sin dudarlo, vertió el agua sobre la calzada, en el tramo exacto en que Otto tomaba la curva.

Liesel tuvo que admitirlo. Al principio sintió una pequeña punzada de culpabilidad, pero el plan era perfecto o, al menos, bastante próximo a la perfección. Poco después de las dos, como todos los viernes, Otto Sturn doblaría hacia Münchenstrasse con la cesta llena, en el manillar. Ese viernes en particular no pasaría de allí.

La calzaba ya estaba helada de por sí, pero Rudy, apenas capaz de contener una sonrisa que le atravesaba el rostro de oreja a oreja, le añadió una capa adicional.

– Ven, escondámonos detrás de ese arbusto- propuso.

Al cabo de unos quince minutos, el diabólico plan dio su fruto, por así decirlo.

Rudy señaló por el agujero del seto.

– Ahí está.

Otto apareció a la vuelta de la esquina, manso como un corderito.

En menos que canta un gallo, perdió el control de la bicicleta al resbalar sobre el hielo y se cayó de morros en la calzada.

Rudy miró preocupado a Liesel cuando vio que Otto no se movía.

– ¡Por los clavos de Cristo- exclamó Rudy-, creo que lo hemos matado!

Salió sigiloso de detrás del arbusto, cogió la cesta y huyeron corriendo.

– ¿Respiraba?- preguntó Liesel, al final de la calle.

Keine Ahnung– contestó Rudy, aferrado a la cesta.

No tenía ni idea.

Vieron a Otto levantarse a lo lejos, rascarse la cabeza, después la entrepierna y buscar la cesta por todas partes.

Scheisskopf imbécil.

Rudy sonrió y repasaron el botín: pan, huevos rotos y el no va más, Speck. Rudy se llevó el beicon a la nariz y lo olió con fruición.

– Qué rico.

Por tentador que fuera quedarse con el botín para ellos solos, fue superior el sentido de la lealtad que le debían a Arthur Berg. Se acercaron hasta los pisos ruinosos de Kempf Strasse, donde vivía, y le enseñaron lo que había conseguido. Arthur no pudo disimular su aprobación.

– ¿A quién se lo habéis robado?

– A Otto Sturm- contestó Rudy.

– Bien, pues le estoy agracido sea quien sea ese Otto- celebró Arthur. Entró en casa y volvió con un cuchillo para el pan, una sartén y una chaqueta, y los tres ladrones cruzaron el pasillo de apartamentos-. Iremos a buscar al los otros- anunció Arthur Berg cuando salieron-. Puede que seamos delincuentes, pero aún conservamos nuestro honor.

Igual que la ladrona de libros, él fijaba ciertos límites.

Llamaron a unas cuantas puertas. Desde la calle, gritaron varios nombres a las ventanas de los pisos y al cabo de poco el grueso de la pandilla de ladrones de fruta de Arthur Berg se dirigía al Amper. Encendieron un fuego en el claro de la orilla, donde rescataron y frieron lo que quedaba de los huevos. Cortaron el pan y el Speck. Dieron cuenta de la última migaja de las viandas de Otto Sturm ayudándose de las manos y cuchillos, sin curas a la vista.


Espero que mi elección te haya gustado, siempre procuro compartir los fragmentos de libros más interesantes que voy encontrando

Ah! y si te apetece leer más fragmentos de libros interesantes, aquí te dejo un link de otro post que escribí acerca de otra obra brutal: Mentira.

No olvides que estaré encantada de recibir tus comentarios por aquí abajo, y también de que, si te ha gustado este post, lo compartas por tus redes sociales para que lo lean otras personas 😉 .

Acerca de Sonia Molinero Martín

Escritora, Redactora Digital y Consultora Literaria. Siempre he querido empezar con este viaje, mi pasión crónica por escribir es la que me trajo hasta aquí y ya no pienso bajarme de este tren...
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Comments

  1. Me gusto tanto………..

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