He querido hacer este post para reunir algunos poemas literarios interesantes que me he ido encontrado en mis días de búsqueda más profunda…
…»De esto que vas necesitando cosillas nuevas que te encojan (o te suelten) por dentro cuando lo necesitas»…
De búsqueda en mis estanterías, en las bibliotecas y librerías cercanas, pero sobre todo, en mi memoria, ya que muchas veces vuelvo a caer en autores que ya conocía (o al menos en ocasiones, tengo esa impresión)
Seguramente que vaya ampliando este artículo con el tiempo, incluyendo poetas de los que no nos dejan indiferentes, espero que sepas a lo que me refiero 😉 .
Pero de momento comenzaré con uno que es, sin lugar a dudas, uno de los hombres más originales y fascinantes de la intelectualidad española del sigo XX.
Poemas literarios de un poeta desconcertante
Se trata de José Bergamín, un escritor para mí, inclasificable.
Único, irrepetible y muy polifacético.
Los historiadores de literatura lo han clasificado de muchas formas por sus múltiples «ocupaciones»: ensayista, dramaturgo, aforista, crítico, editor, cronista, disidente político, pensador religioso…
Cuando yo lo descubrí, sobre todo como poeta, me pareció un escritor elegante y como digo, desconcertante.
Allá van algunas muestras de su flamante poesía:
Siete Sonetos Impuntuales
Soneto I (A Mme. Z)
Una explosión de soles deposita
sobre la abierta palma de mi mano
el polémico signo sobrehumano
que celestes designios precipita.
Signo y designio a meditar incita,
sobre la abierta palma, el vivo arcano,
vestigio de pasión que torna humano
el sideral trastorno que suscita.
Pues entre luces de encendido cielo
son las estrellas las que se hacen cruces
contradiciendo soles en el suelo.
Tú, mano abierta, mi pasión deduces
como la palma su celeste anhelo,
esperanza de amor entre dos luces.
Soneto II (A Emilio Prados)
«Aquí para morir me falta vida.
Allá para vivir sobró cuidado:
Fantasma soy en penas detenida». Quevedo
«Aquí para morir me falta vida»,
dijo Francisco de Quevedo el fuerte;
y «allá para vivir» ¿le sobró muerte?
«Sobró cuidado» a su ansia dolorida.
Ahora su voz por una misma herida
me deja sin aliento, de tal suerte
que su verso en mi sombra se convierte:
«fantasma soy en penas detenida».
Ya ves, Emilio, que también mis penas
ensombrecen de idéntica amargura
un vivir y un morir que siento apenas;
y no sé si es mi vida la que dura
o la muerte que aprieta sus cadenas
sobre los pulsos de mi pena oscura.
Soneto III
Vayamos a decirle al alba clara,
al cielo, al mar, al rápido elemento
que aquieta con su propio movimiento
la luz en el cristal donde se para;
vayamos a decirle al ave rara
cuando apoya sus alas en el viento;
al submarino pez; al ceniciento
topo que su sombrío afán declara;
a la estrella que fija su mirada
en el alto, espacioso firmamento
por luminosos gritos rodeada:
vayamos a decirle el lamento
de una sangre que llora aprisionada
en un pecho sin luz, sin mar ni viento.
Soneto I (A.C)
Parece que se acerca, cada día
más honda y pura, suave, recatada,
con el recuerdo de la edad pasada,
la imagen de tu amor y su porfía.
No es que renazca en la memoria mía
aquella tu pasión de amor callada,
es que al perderla con tu vida amada
se enciende por la muerte de alegría.
No te sentí en la cumbre transparente
del níveo pensamiento enamorado
que heló tu corazón hora tras hora;
y te presiento, ahora, en la vertiente
del morir, como arroyo desatado:
que es tu sangre en mis ojos la que llora.
Tres Sonetos a Cristo crucificado ante el mar
«Solo, a lo lejos, el piadoso mar». Unamuno
Soneto I
No te entiendo, Señor, cuando te miro
frente al mar, ante el mar crucificado.
Solo el mar y tú. Tú en cruz anclado,
dando a la mar el último suspiro.
No sé si entiendo lo que más admiro:
que cante el mar estando Dios callado;
que brote el agua, muda, a su costado,
tras el morir, de herida sin respiro.
O el mar o tú me engañan, al mirarte
entre dos soledades, a la espera
de un mar de sed, que es sed de mar perdido.
¿Me engañas tú o el mar, al contemplarte
ancla celeste en tierra marinera,
mortal memoria ante inmortal olvido?
Soneto II
Ven ya, madre de monstruos y quimeras,
paridora de música radiante:
ven a cantarle al Hombre agonizante
tus mágicas palabras verdaderas.
Rompe a tus pies tus olas altaneras
deshechas en murmullo suspirante.
De la nube sin agua, al desbordante
trueno de voz, enciende tus banderas.
Relampaguea, de tormentas suma,
la faz divinamente atormentada
del Hijo a tus entrañas evadido.
Pulsa la cruz con dedos de tu espuma.
Y mece, por el sueño acariciada,
la muerte de tu Dios recién nacido.
Soneto III
No se mueven de Dios para anegarte
las aguas por sus manos esparcidas;
ni se hace lengua el mar en tus heridas
lamiéndolas de sal, para callarte.
Llega hasta ti la mar, a suplicarte,
madre de madres por tu afán transidas,
que ancles en sus entrañas doloridas
la misteriosa voz con que engendrarte.
No hagas tu cruz espada en carne muerta;
mástil en tierra y sequedad hundido;
árbol en cielo y nubes arraigado.
Madre tuya es la mar: sola, desierta.
Mírala tú que callas, tú caído.
Y entrégale tu grito arrebatado.
La rama viva
«¡Oh rama al viento leve!». Lope de Vega
Soneto I
Rama que al viento leve se asegura
o sombra, si de espina, o si de rosa,
mecida escapatoria luminosa
en que prende su goce la espesura;
leve en la luz cuando en el aire oscura,
inclinada al huir, por tenebrosa,
al par que sus claras recelosa
y celosa del cielo que apresura.
Reguero de la llama que se deja
entre cenizas su razón inerte
guardándola en las brasas escondida:
imagen del olvido, si se aleja,
negando con su paso el de la muerte,
afirmando la vida con su huida.
Soneto II
Vencida por el peso en que florece
iniciado el amor que la marchita,
como la primavera resucita
tornándose el estío que apetece;
otoño prematuro nos parece,
renaciendo frutal, si premedita
insistir en la flor que la repita
ardiendo en la semilla en que perece.
Tendida en el escape, voladora,
encendida en la llama volandera,
reiterando la luz, el aire, el cielo,
ella es huyendo la perseguidora,
siendo sombra del fuego prisionera
al perseguir la huida de su vuelo.
Soneto III
Ya que las hojas caen y que las flores
osando penetrar en el sentido
lo pulsan al compás de su latido
amotinando en luces los colores:
no temas consentir en sus olores
dándole al ojo, son, luz al oído,
al gusto transparencia de sonido
y al tacto claridad de resplandores.
Mientras vela su voz de risa o llanto
alma que nace y muere cada día,
recuerda que es un Dios quien la hizo muda;
guarda su afán del eco de tu espanto
o deja que se pierda en lejanía
tan silencioso amor, pues la desnuda.
De Melusina y el Espejo
No te faltó, sonoro pensamiento,
para temblar, anhelo temeroso;
ni para herir, el arco tembloroso
del aire todo en su estremecimiento.
No te faltó a la estrella el movimiento
que acuerda con el ámbito armonioso
su palpitante afán, si, cadencioso,
lo prolonga el humano sentimiento.
Le faltó al cielo voz, palabra al mundo,
para pulsar el ritmo presentido
que en su sentir el pensamiento mueva.
Que para hallar un eco tan profundo
al corazón le basta su latido
y al pensamiento amor que le conmueva.
A Silvia en primavera
Sonríe Abril después de haber llorado
y al sonreír se hace transparente,
como si el sol hiriese de repente
su oscuro rostro en lágrimas bañado.
Huye del cielo, hermético, el ganado
de las nubes, temiendo el rayo ardiente:
y al llanto de la lluvia, sonriente
el alba, de la noche ha despertado.
Una ilusoria realidad fingida,
lo mismo que si fuese verdadera,
alumbra el sueño errante de tu vida;
como si el alma, en realidad, no fuera
más que una sombra, apenas advertida
en la sonrisa de la primavera.
«De duendecitos y coplas»
I
La vejez es una máscara:
si te la quitas, descubres
el rostro infantil del alma.
La niñez te va siguiendo
durante toda la vida.
Pero ella va muy despacio
y tú andas siempre deprisa.
Cuando la vejez te llega,
no es que vuelvas a la infancia,
es que moderas el paso
y al fin la niñez te alcanza»
II
La mentira y la verdad
son como el cuerpo y la sombra:
no se pueden separar.
III
La mentira es como el cuento:
una verdad que no quiere
desengañarse de serlo.
IV
Yo soy de tu parecer,
si se deshacen las cosas
hay que volverlas a hacer.
Que aunque sea de cualquier modo
cuando no hay nada que hacer
es cuando hay que hacerlo todo.
V
Cuando se pone a soñar
la razón engendra monstruos
que la pueden devorar.
Los sueños de la razón
le roban su luz al alma
y su sombra al corazón.
VI
Frontera del desengaño:
se pasa sin pasaporte
todos los días del año.
Frontera de la ilusión:
se pasa con pasaporte
que tenga renovación.
Frontera del «esperando»:
no se pasa, y si se pasa,
se pasa de contrabando.
Frontera del «no esperar»:
el que la pasa no sabe
cómo la pudo pasar.
VII
El amor no es más que un nombre:
cuando lo dices, se va;
cuando lo callas, se esconde.
VIII
Tú tienes la voz oscura
y el alma en los ojos clara.
Tienes sombra en lo que dices
y luz en lo que te callas.
IX
Siente la mano de Dios
que, como nunca te deja,
aprieta, pero no ahoga,
afloja, pero no suelta.
X
No tengas miedo a los ecos
que despiertan las palabras:
porque las paredes oyen,
pero, aunque oyen, no hablan.
XI
La identidad del no-ser
y el no-pensar es abismo
oculto en el parecer
del «todo y nada es lo mismo»
XII
El asidero del alma
es oscuro clavo ardiendo
que en el corazón se clava.
La claridad desierta
I
Como si a tanto amor, amor no hubiera
dando su aire, su invisible vuelo.
Como si al corazón, su desconsuelo
de corazón, el corazón no diera.
Como si de tan claro pareciera
el cielo luminoso menos cielo
y el suelo de tan verde menos suelo
y el cielo y suelo el alma desuniera.
Como si, desuniéndolos, pudiera
el alma, de sí misma separada
volverse de sí misma prisionera.
Como si, al fin, de amor desencantada,
el alma para el alma se volviera
ara del corazón, lumbre apagada.
II
Estoy soñando que sueño
sin despertar todavía,
como si no fuera yo
el soñador de mi vida.
Como si fuera una sombra,
y no lo fuera la mía,
una sombra que se sueña
soñadora de si misma.
III
El incendio del otoño
se ha consumido en sus llamas.
Las nubes cubren el cielo
de cenicientos fantasmas.
Una tristeza sombría
me va ensombreciendo el alma
como una cadencia oscura
de luminosas palabras;
y encuentra en mi corazón
tan profunda resonancia
que todo mi ser se vuelve
oídos para escucharla:
la estoy oyendo que cae
como la lluvia en el agua
del estanque, o en el suelo
cubierto de hojas mojadas;
y me parece que escucho
en mí, como si escuchara
en el silencio, otra música
que en mis sentidos se apaga.
¿Qué te han parecido? Espero que si buscabas poemas literarios interesantes, éstos te hayan parecido lo suficientemente apetecibles como me lo parecieron en su día a mí 😉
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