En esta semana extraña, en la que una increíble Luna llena ofrece su luz vibrante y sanadora a la tierra, he tenido varios sueños que me han conectado directamente contigo.
Me han llevado hasta aquella noche mágica y también hasta este post, que escribí el 7 de Marzo del año 2018, rememorando el instante en el que llegaste al mundo.
Hoy he decidido volver a publicarlo y releerlo, saborearlo de nuevo y ofrecérselo a la luna…
«Naciste una noche templada tras varias horas de incansable esfuerzo. De mis entrañas brotabas como cuando estalla una flor, sonrosada como el atardecer en un horizonte seminublado.
Ya no había nada más que hacer, ya estabas aquí y aunque te habían echado encima de mi pecho, yo continuaba pensando que estabas dentro de mí…
Y seguí apretando los puños y los dientes en un nuevo intento de lo que parecía ser el último empujón…
Pero no, ya me mirabas, buscándome con los ojos abiertos como puertas y negros como la insondable oscuridad, ya olías mi cuerpo reconociendo a la vez mi voz quebrada.
Hija mía, pronuncié. Siempre había pensado que en aquel momento me iba a deshacer en lágrimas, en un llanto desconsolado junto a tuyo. Pero ninguna de las dos lloramos.
Para mí fue un instante santo, un espacio-tiempo extraño que abría sus fauces para nosotras solamente. Solo escuchaba nuestros pálpitos y su ritmo desenfrenado era el único sonido que sentía en la sala. Ninguno más.
Aquellos primeros latidos juntas, fuera de mí, estaban marcando una nueva era. Encarnando la historia más increíble que yo pudiera vivir. Tu sembraste en mi una nueva magia, unos nuevos recuerdos imborrables para los restos.
Cuando descansas en mí, pierdo la noción del tiempo. Vuelvo a pensar en aquella primera vez en mis brazos, en nuestras miradas, en aquella primera sed.
Aunque ahora latimos con más dulzura y no como caballos desbocados que corren libres, pero regreso a entonces y a veces, vuelvo a acelerarme. Sin esfuerzo, soy capaz de regresar a aquella sala sangrienta de nuevo, a aquella experiencia tan salvaje como dulce, tan dura y bella como ninguna otra cosa en que yo haya podido estar presente.
Cuando descansas en mi, pienso en tus cinco primeros meses de vida durmiendo únicamente encima de mi pecho. Noche tras noche, luna tras luna, nana tras nana…
Sin moverte, sin movernos, solo en el vaivén de la respiración de ambas, solo en nuestros constantes suspiros plácidos y sueños con olor a leche.
Mis senos calentitos, con tu alimento preparado para cuando te despertaba el bostezo, y entre tu y yo, la calidez dorada del amanecer que nos regalaba cada nuevo día.
Cuando descansas en mi, la sonrisa se me alarga sin fin. El brillo de mis ojos se derrama sobre la alcoba. Porque vuelo y pienso, ¡ay pequeña! y vuelvo a caer en la cama a tu lado para sentir tus diminutos pies golpear mi cuerpo dormido.
El tuyo, tan chiquitito y cálido, tan suave e inquieto, se estira y se encoge a menudo y se cerciora de que su mamá está cerca…
Es un placer seguir durmiendo contigo, respirar y abrir y cerrar los ojos junto a ti. Y así será hasta que tu decidas».
Te adoro Eimy.
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