Cuando cayó en mis manos esta novela tardé un tiempo en leerla, la dejé en un cajón porque tenía varias lecturas abiertas.
No sé si a ti también te pasa pero en mí es algo de lo más habitual. Además, no siempre son novelas o libros de las mismas características, sino que puedo estar leyendo un ensayo extraño, un libro de poemas del renacimiento y a la vez, algo histórico.
El caso es que cuando llegó su turno y me abrí paso entre sus páginas empecé a preguntarme ¿por qué no lo habré leído antes?
Bueno, todo tiene su momento y cuando le tocó el turno a El Cuento Numero Trece fue memorable para mí. Son de estas historias con las que sueñas.
Sencilla, fácil de leer (porque está bellamente escrita), intensa y dinámica.
No sé por qué será pero me cautivó, bueno ahora que lo pienso quizás sí, porque trata de una escritora como yo.
Supongo que a todos los escritores nos gustan historias de escritores…
Y más si son como éstas.
Una famosa novelista ya mayor, que pide ayuda a otra joven mujer apasionada por los libros para conseguir al fin escribir la historia de su pasado (algo misterioso, oscuro y repleto de secretos).
Es una novela muy inteligente y en mi opinión, hasta divertida, llena de matices y recovecos que descubrir. Con ella conocí a su autora Diane Setterfield.
Hoy comparto contigo un poquito de su historia a ver qué te parece. Cuéntame por abajo en los comentarios si te gusta. Esto de publicar fragmentos de libros que me voy encontrando en mi camino ¡me apasiona!
Este fragmento lo recuerdo como un antes y un después de la novela, en que me sentí sumamente identificada y ya no pude parar de sonreír en todo el libro. Me había cautivado por completo, me sentía de la misma forma que aquella entrañable protagonista. No había tenido nunca la sensación que me produjo aquello, como si yo misma hubiera escrito aquellas líneas:
«Se estará preguntando por qué recordar a hora ese retrato. Si lo recuerdo con tanta precisión es porque refleja perfectamente la forma en que yo he vivido mu propia vida. He cerrado la puerta de mi estudio al mundo y me he recluido con mis personajes. Durante casi sesenta años he escuchado a hurtadillas y con total impunidad las vidas de seres imaginarios. He mirado descaradamente en corazones y retretes. Me he arrimado a sus hombros para seguir el movimiento de plumas que escribían cartas de amor, testamentos, confesiones. He observado a enamorados amarse, a asesinos a matar, a niños a jugar con la imaginación. Cárceles y burdeles me han abierto sus puertas;galeones y caravanas de camellos han cruzado mares y desiertos conmigo; siglos y continentes se han esfumado a mi antojo. He espiado las fechorías de los poderosos y he sido testigo de la nobleza de los sumisos. Tanto me he inclinado sobre personas que dormían en sus lechos que es posible que hayan notado mi aliento en sus caras. He visto sus sueños.
Mi estudio está abarrotado de personajes que están esperando a ser escritos. Personas imaginarias, deseosas de una vida, que me tiran de la manga, gritando: «¡Ahora yo! ¡Venga! ¡Me toca a mí!. Tengo que elegir. Y en cuanto ya he elegido, el resto calla durante diez meses o un año, hasta que llego al final de una historia y el clamor se reanuda.»
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