Hoy me apetecía compartir contigo unos maravillosos versos de un poeta del renacimiento que adoro.
Descubrir la poesía de Garcilaso de la Vega fue todo un acontecimiento para mí y me ha inspirado mucho leerlo en distintos momentos de mi vida. Poeta de lo más inspirador, maravilloso y con un estilo único.
Te dejo poro aquí algunos de los más conocidos versos de este genio toledano (he querido adaptar lo que he visto que no podía entenderse, por ser castellano antiguo).
Espero que lo disfrutes intensamente.
Égloga I (Fragmentos)
Salicio
¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
estoy muriendo y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas;
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza de que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo salgo corriendo ahora.
¿De un alma te desdeñas ser señora
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir una hora?
Salid sin duelo, lágrimas corriendo.
El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre
paciendo va segura y libremente:
cuál por el sol presente,
va de nuevo al oficio
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina:
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mundo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Por ti el silencio de la selva humbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay cuánto me engañaba!
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja repitiendo
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
¡Cuántas veces durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por desvarío,
vi mi mal entre sueños desdichado!
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la siesta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado
sin saber de cuál arte,
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Tu dulce habla, ¿en qué oreja suena?
tus claros ojos, ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dónde la pusiste?
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada yedra,
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. […]
Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan,
los árboles parece que se inclinan;
las aves que me escuchan, cuando cantan,
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Sonetos (V)
Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo
vos sola lo escribistes, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mi cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.
Sonetos XI
Hermosas ninfas, que en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
ahora estéis labrando embebecidas,
o tejiendo las telas delicadas;
ahora unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas,
dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando;
que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá despacio consolarme.
Sonetos XXIII
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viente mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubre de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
Si te han gustado estos poemas de amor, compártelos con esa persona que te importa y sobre la cuál has posado tus pensamientos mientras leías….
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