Tenía ganas de hacer un post de este estilo, que recoja poemas de grandes poetas de la literatura que leo desde siempre.
Será un placer compartirlos contigo, así que ponte cómodo o cómoda, prende una velita o un incienso a tu lado, tómate un café o un té, o incluso un buen vino y disfruta de la lectura.
A partir de este momento, las palabras que vas a leer por aquí, retumbarán en tu interior para acompañarte con buen gusto por la buena poesía…
Estoy segura que como a mí, te gustan poetas como Garcilaso, Machado o Shakespeare, pues bien, ¡empecemos nuestro recorrido de hoy!
4 Poemas de grandes poetas que me inspiran
He elegido los que más me gustan a mí, para que puedas disfrutarlos. Poco a poco iré rellenando muchos más a medida que vaya repasando mi librería…
Todos y cada uno de ellos son especiales por algo, descansan en mi estantería desde hace mucho tiempo y siempre me han acompañado en los momentos en los que he necesitado inspiración.
La poesía tiene el poder de curar, acompañar, abastecer, regar, calmar, aquietar, sosegar el alma…
Antonio Machado, «A un olmo seco»
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas,
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Garcilaso de la Vega, «Extracto 1»
Albanio:
Hora, Salicio, escucha lo que digo;
y vos, ¡¡oh ninfas deste bosque umbroso!
a doquiera que estáis, estad conmigo!
Ya te conté el estado tan dichoso
a do me puso amor, si en él yo firme
pudiera sostenerme con reposo;
mas, como de callar y de encubrirme
de aquella por quien vivo me encendía,
llegué ya casi al punto de morirme,
mil veces ella preguntó qué había,
y me rogó que el mal le descubriese,
que mi rostro y color lo descubría.
Mas no acabó con cuanto me dijese,
que de mí a su pregunta otra respuesta
que un suspiro con lágrimas hubiese.
Aconteció que en una ardiente siesta,
viniendo de la caza fatigados,
en el mejor lugar desta floresta,
que es este donde estamos asentados,
a la sombra de un árbol aflojamos
las cuerdas de los arcos trabajados.
En aquel prado allí nos reclinamos,
y del céfiro fresco recogiendo
el agradable espíritu respiramos.
Las flores a los ojos ofreciendo
diversidad extraña de pintura,
diversamente así estaban oliendo.
Y en medio aquesta fuente clara y pura,
que como de cristal resplandecía,
mostrando abiertamente su hondura,
el arena, que de oro parecía,
de blancas pedrezuelas variada,
por do manaba el agua, se bullía.
En derredor ni sola una pisada
de fiera o de pastor o de ganado,
a la sazón estaba señalada…
Garcilaso de la Vega, «Extracto 2»
Nemoroso:
Escucha, pues, un rato, y diré cosas
extrañas y espantosas poco a poco.
Ninfas, a vos invoco; verdes faunos,
sátiros y silvanos, soltad todos
mi lengua en dulces modos y sutiles:
que ni los pastoriles ni el avena
ni la zampoña suena como quiero.
Este nuestro Severo pudo tanto
con el suave canto y dulce lira,
que, revueltos en ira y torbellino,
en medio del camino se pararon
los vientos, y escucharon muy atentos
la voz y los acentos, muy bastantes
a que los repugnantes y contrarios
hiciesen voluntarios y conformes.
A aqueste el viejo Tormes como a un hijo
lo metió al escondrijo de su fuente,
de donde va su corriente comenzada.
Mostróle una labrada y cristalina
urna, donde él reclina el diestro lado;
y en ella vio entallado y esculpido
lo que antes de haber sido, el sacro viejo
por divino consejo puso en arte,
labrado a cada parte, las extrañas
virtudes y hazañas de los hombres
que con sus claros hombres ilustraron
cuanto señorearon de aquel río.
Estaba con un brío desdeñoso,
con pecho corajoso, aquel valiente
que contra un rey potente y de gran seso,
que el viejo padre preso le tenía,
cruda guerra movía, despertando
su ilustre y claro bando al ejercicio
de aquel piadoso oficio. A aqueste junto
la gran labor al punto señalaba
al hijo, que mostraba acá en la tierra
ser otro Marte en guerra, en corte Febo….
Francisco Martínez de la Rosa, «La Soledad»
Único asilo en mis eternos males,
augusta soledad aquí en tu seno,
lejos del hombre y su importuna vista,
déjame libre suspirar al menos:
aquí, a la sombra de tu horror sublime,
daré al aire mis lúgubres lamentos,
sin que tu duelo y mi pesar insulten
con sacrílega risa los perversos,
ni la falsa piedad tienda su mano,
mi llanto enjugue y me traspase el pecho.
Todo convida a meditar: la noche
el mundo vuelve en tenebroso velo;
y aumentando el pavor quiebran las nubes
de la luna los pálidos reflejos:
el informe peñasco, el mar profundo
hirviendo en torno medroso estruendo
el viento que bramando sordamente
turba apenas el lúgubre silencio,
todo inspira terror, y todo adula
mi triste afán y mi dolor acerbo.
La horrible majestad que me rodea,
lentamente descarga el grave peso
que mi pecho oprimió: por vez primera
se mezclan mis sollozos con mis ecos,
y apiadado el destino da a mis ojos
de una mísera lágrima el consuelo…
Llanto feliz, cual bienhechor rocío
templa la sed del abrasado suelo,
calma la angustia, la mortal congoja
con que batalla mi cansado esfuerzo.
Antes de que te vayas del post, comparto contigo algunos poemas literarios interesantes, ¡espero que te gusten!
¡Hasta pronto!
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