Un buen día cayó en mis manos una preciosa edición de la antología poética de Miguel Hernández.
Hoy he vuelto a encontrar este ejemplar y a descubrir algunas joyas de este poeta español «del amor herido».
Me ha parecido un buen momento para compartirlo contigo, buscaba Poemas de grandes Poetas y como por arte de magia, he vuelto a encontrarme este libro de nuevo.
Vuelvo pues a retomarlo, lo abro, y me encuentro con esto:
«Que como el sol sea mi verso
más grande y dulce cuanto más viejo»
Y caigo rendida ante poemas que leí hace mucho tiempo, y otros tantos que ido descubriendo con los años…
Poemas sencillos, limpios y sin muchos artificios que están cargados de una gran emotividad.
Me temo que hoy era el día para compartirlos contigo.
Soledad
En esta siesta de otoño,
bajo este olmo colosal,
que ya sus redondas hojas
el viento comenzó a echar,
te me da tú, plenamente,
dulce y sola Soledad.
Solamente un sólo pájaro,
el mismo de todas las
siestas, teclea en el olmo
su trinado musical,
veloz, como si tuviera
mucha prisa en acabar.
¡Cuál te amo! ¡Cuál te agradezco
este venírteme a dar
en esta siesta de otoño,
bajo este olmo colosal,
tan dulce, tan plenamente,
y tan sola Soledad!
Leyendo
Un ciprés: a él junto, leo.
(El sol va acortando poco
a poco su fulgor loco.
Preludia un ave un gorjeo).
Me acuesto en la hierba. Leo.
(Es el poniente de hoguera:
contra él una palmera
tiene un débil cabeceo).
Echo el ojo al hato. Leo.
(Da el sol un golpe mayúsculo
a una montaña…
Crepúsculo.
Se oye de un agua el chorreo).
Me pongo sentado. Leo.
(La muriente luz se enjambia
fingiendo una gran Alhambra
de mármol cristaloideo).
(Trunca el ave su gorgeo.
Por el oriente descuella
la noche.
¿Nace una estrella?).
No quedan luces… No leo.
Soneto
Estoy perdidamente enamorado
de una mujer tan bella como ingrata;
mi corazón otra pasión no acata
y mis ojos su imagen han plasmado.
Si escudriño en mi pecho, triste creo
que otra hermosa me diera sólo enojos
y si sereno miro, ante mis ojos
su figura gentil tan sólo veo.
Con voz trémula le dije mi cariño;
y sarcástica y cruel exclamó: ¡Niño,
conoces el amor sólo de nombre!.
Y desde entonces sufro lo indecible…
¿Por qué, amada mujer, crees imposible
en un cuerpo de niño un alma de hombre?
Tristeza
Ese aire antiguo que sopla
la dulzaina de la fiesta,
trayéndomelo la brisa
pleno, ¡me da una tristeza!
Creo que es porque los días
de mi infancia me recuerda…
cuando tras el dulzainero
lo iba silbando mi lengua.
Mas tal vez la soledad
en que los valles se encuentran,
infinita, den a mi alma…
Aunque también la belleza
desgraciada de la tarde
que muere como de pena…
O este silencio macizo
que hasta en las frondas se acuesta…
O los pájaros, que ignoro
si duermen, silban o vuelan…
O Héspero que ya me habla…
o la noche que ya me echa…
No sé… Pero ese aire antiguo
que da la dulzaina vieja
fluye para mí ágilmente,
no sé,…¡me da una tristeza!…
Al trabajo
A mi lira, tan sonora como el agua de la fuente;
como el trueno pavoroso, como el zumbo del torrente,
como música de auras en el bosque singular,
unas notas más suaves, más sublimes, más grandiosas,
de más plástica armonía; insoñadas, cadenciosas,
subyugantes y magníficas, yo, quisiérale arrancar.
Pero no para fundirlas en horrísonas canciones
y entonarlas al guerrero que inverídicas acciones
de heroísmos y de glorias en mil guerras consumó,
por su bella castellana que encerrada en una almena
de un hermético castillo, con zozobras y con pena
los felices o fatales desenlaces aguardó.
Ni tampoco proclamando los encantos peregrinos
de una Venus de ojos claros y de labios coralinos
que ofreciendo va el milagro de una loca juventud;
ni diciendo de las noches…, noches plácidas de amores,
de misterios y de rondas, de nostalgias y rumores;
ni afeando todo vicio, ni ensalzando la virtud.
Ni cantando la poesía que destila el arroyuelo,
y los campos solitarios, y el sereno azul del cielo
y el sinfónico gorjeo del nocturno ruiseñor;
y los prados, y el bullicio de las aguas ribereñas,
y el sonido de la gaita del pastor entre las peñas
y el momento del crepúsculo en el último estertor.
Las ignotas vibraciones que quisiera de mi lira
despertar, son para un canto que no vive, no respira
en lo bello de las cosas, sino en el aire más ideal.
Para un canto sin adornos, luces, sombras ni agasajo…
¡Para un canto dedicado con unción santa al trabajo,
que es grandeza de grandezas, Dios humano, ley vital!
¡Al trabajo! Cruz forzosa que conllevan los nacidos
no en los blandos muelles cunas de palacios relucidos,
sino en míseros camastros o en rincón negro y sin luz.
¡Cruz pesada a los inútiles, vagabundos y holgazanes;
llevadera a quienes nunca se sintieron con afanes
y a los que su carga aguardan sacudir, bendita cruz…!
Suena lira del poeta con tan raras pulsaciones,
con tan rítmicas cadencias que las almas emociones
al vibrar, mientras él lanza su melódica canción.
¡Al trabajo! Fuente pura donde calman sed en dobles,
los ansiosos de progreso, los escépticos, los nobles,
los que llevan fe y amores en inmenso corazón.
Escuchad, vosotros, hijos de ese padre poderoso,
de ese padre tan amante, que no pesa y es coloso,
que es tan duro y no oprime sino en pecho bajo y ruín:
que es rey, y no hace vano alarde de sus gestos soberanos…
Escucharme buenos hijos, escuchadme mis hermanos;
los de espíritu templado al titánico trajín.
Los que en débiles mástiles suspendidos, en altura
tan gigante y espantosa que da vértigo y pavura,
impasible al peligro, magnas obras emprendéis:
los de máquinas ciclópeas de engranajes poderosos,
en tareas agobiantes, jadeantes, sudorosos,
conmoverse estrepitosas, retemblar, rugir hacéis.
Los que sucios y grasientos en caldeados y anchos hornos
-rojas ascuas crepitantes- con esfuerzos y bochornos
forjáis mágicos objetos con el hierro y el metal.
Los que inventos asombrosos ofrecéis al mundo entero,
los que nobles, sin acento simulado, falso y hueco
señaláis al pueblo inculto los caminos de un ideal.
Los que fuertes como bronces horadáis las bravas sierras,
los que alegres y animosos cultiváis las ricas tierras
con sudor, que luego pródiga esperáis que ella os lo dé;
los que no dáis paz al brazo con arados ni azadones,
los del yunque y de la fragua, los pujantes, los leones…
Escuchad las toscas coplas que en vosotros me inspiré.
Escuchad mi áspera lira, donde pobre brota el verso…
¡Glorias, glorias al trabajo procreador del universo,
progresiva acción de vidas, río de próspero caudal!
¡Glorias, glorias al trabajo mar inmenso donde flota
el cadáver de los vicios como braca frágil rota,
donde surgen ideas puras, donde la nace lo inmortal!
Entonad conmigo el himno quienes buscan su progreso,
quienes todo en él lo cifran, quienes sienten el acceso
de sus obras culminantes, quienes váis del pan en pos.
Proclamad su recio influjo bienhechor… Él engrandece,
él sublima y regenera, dignifica y enaltece…
¡El trabajo es una escala para ver más cerca a Dios!
Es tu boca
Una herida sangrante y pequeña;
del purpúreo coral doble rama;
un clavel que en alba se inflama;
una fresa lozana y sedeña.
Rubí, en dos dividido, que enseña
si se entreabre, blanquísima escama;
amapola, flor, cálida llama;
nido donde el amor canta y sueña.
Incendiado retazo de nube;
corazón arrancado a un querube;
fresco y rojo botón de rosal…
Es tu boca, mujer, todo eso…
Mas si cae dulcemente en un beso
a la mía, se torna en puñal.
Rosa
La víctima del verde terciopelo,
flor de almendro y pronóstico de aurora,
fue, anticipando al tuyo su antecielo
pureza de la tuya precursora.
Valioso documento de una hora,
besos significando tu revuelo,
hacia tu punto vas de caramelo,
a lo cohete bello sin demora.
Provocadas tus gracias sublunares
por la cura ocurrencia de la gloria,
filigrana de miel tu estado mina;
y tus miembros depones ejemplares,
en la flor de tu edad, ¡qué transitoria!,
sobre la retaguardia de la espina.
La Morada – amarilla – A María Zambrano
¡Apunta Dios!, la espiga, en el sembrado,
florece Dios, la vid, la flor del vino.
(Tiró por recoger multiplicado
su fortuna de troj el campesino,
que, como pobre, de ambicioso pica).
Muy pobremente rica,
muy tristemente bella,
la tierra castellana ¿se dedica?
a ser Castilla: ¿ella?
El desamparo cunde – ¡qué copioso! – ,
al amparo – ¡qué inmenso! – , de la altura.
Inacabable mapa de reposo,
sacramental llanura:
de más la soledad y la hermosura.
Pan y pan, vino y vino,
Dios y Dios, tierra y cielo…
Enguizcando a las aves y al molino
pasa el aire de vuelo.
Sube la tierra al cielo paso a paso,
baja el cielo a la tierra de repente,
(un azul de llover cielo cencido
bueno para marido):
cereal y vinícola en el raso,
Dios, al fin accidente,
hace en la viña y en las mieses nido.
¡Qué morada! es Castilla:
¡qué morada! de Dios y ¡qué amarilla!
¡Qué solemne! morada
de Dios la tierra arada, enamorada,
la uva morada y verde la semilla.
¡Qué cosechón! de páramo y llanura.
¡Qué lejos!, ¡ay!, de trigo.
¡Qué hidalga! paz. ¡Qué mística! verdura
y ¡qué viento! rodrigo.
Páramo mondo: modas majestades:
mondo cielo: luz monda: mondo olivo:
monda paz: y silencio mondo y vivo:
¡soledad!: ¡soledad de soledades!
con una claridad a la redonda
viüda, sola y monda.
¡No hay luz! más aflictiva.
¡No hay altura! más honda.
¡No hay angustia! más viva.
La copa fugitiva
del chopo, verde copo
del cielo en cielo, cielo al cielo priva
en un celeste anhelo:
¡chopo!: copo de cielo,
que es menos que ser cielo y más que chopo,
chopo de cielo: ¡copo!
Por viento al horizonte va el molino;
por gracia, luz, molienda y movimiento:
y se queda parado en el camino,
pacífico un momento,
gracia, molienda, luz, pero no viento.
¡Soledad trina y una! castellana:
Dios: el viento, el molino y la besana.
La luz es un ungüento
que cura la mirada del espanto.
Se levanta el jilguero,
cereal ¡tanto y tanto!
de trigo y voz provisto.
(- No amedentres al ave, meseguero,
que hace celeste al pan, un poco cristo).
Se impacienta la espiga por la siega
con la impaciencia de la brisa encima,
membruda enamorada de las hoces.
… Esta Mancha manchega,
¿por qué? se desarrima
el cielo en este tiempo, y le da voces.
¡Tan bien! que está el cordero,
sobre la línea pura del otero
paciendo sobre el cielo cabizbajo
las cabizaltas flores.
¡Tan bien! que está, ya arriba, y aún abajo,
la soledad lanar de los pastores,
proveyendo distancias
de soledad, de amor, de vigilancias,
encima de la loma
que lo deja en el cielo que lo toma.
La espiga rabitiesa
nutrida de altitudes…
¡Isidro!, ¡Juan! ¡Teresa!,
¡Alonso!, ¡Ruy!… ¿qué fueron? las virtudes.
La viña alborotada
está; la mies revuelta;
ruedo es la era ya de polvo y nada:
¡tanto que fue! la era, por la trilla,
todo de Dios, en Dios siempre resuelta.
– De casta te vendrá lo de Castilla,
¡oh campal ricahembra! castellana,
asunto, como Dios, de la semilla.
No esperes a mañana
para volver al pan, a Dios, y al vino:
son ellos tu destino.
Y has de ser resumible ¡siempre!, Amiga
en un racimo, un cáliz y una espiga.
Rosa – De almendra
Propósito de espuma y ángel eres,
víctima de tu propio terciopelo,
que, sin temor a la impiedad del hielo,
de blanco naces y de verde mueres.
¿A qué pureza eterna te refieres
con tanta obstinación y tanto anhelo?…
¡Ah, sí!: tu flor apunta para el cielo
en donde está la flor de las mujeres.
¡Ay! ¿por qué has boquiabierto tu inocencia
en esta pecadora geografía,
párpado de la nieve, y tan temprano?
Todo a tu alrededor es transparencia,
¡ay pura de una vez cordera fría,
que esquilará la helada por su mano!
Ay – eterno
¡Ay, qué picuda y, ay, qué amargamente
me sales, ay me sales del retiro
del alma, en el origen de la fuente
de la pena, del llano y del suspiro!
¡Ay, éste soy: ay, éste que me miro,
pero que no me puedo ver frecuente:
éste que rabio y éste que deliro
bajo la mala sombra de mi frente!
En un ay paso el día más sereno:
un ay me empina y ¡ay! otro me acuesta:
un ay se va y otro ay viene en seguida.
Dolor del mundo de criaturas lleno;
dolor del Dios y de la carne ésta,
que me tendrá en un ay toda la vida.
Una interior cadena de suspiros
Una interior cadena de suspiros
al cuello llevo crudamente echada,
y en cada ojo, en cada mano, en cada
labio dos riendas fuerte como tiros.
Cuando a la soledad de estos retiros
vengo a olvidar tu ausencia inolvidada,
por menos de un poquito, que es por nada,
vuelven mis pensamientos a sus giros.
Alrededor de ti, muero de pena,
como pájaros negros los extiendo
y en tu memoria pacen poco a poco.
Y angustiado desato la cadena,
y la voz de las riendas desoyendo,
por el campo del llanto me desboco.
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