Poemas no conocidos – El mito de Hainuwele

Poemas no conocidos – El mito de Hainuwele

Hoy quería compartir contigo una autora que me parece muy especial.

Chantal Maillard, es una gran maga de las palabras, y en esta obra, aparecen versos tiernos y sublimes que te conmoverán allí donde ahora mismo estés letendóme…

Por lo menos para mi, son poemas no conocidos que merecían la pena pasar a un post. Nunca me topé con su obra hasta hace muy poco tiempo, aunque tengo la sensación de que siempre la he leído.

Y ahora que la he descubierto, y me ha despertado algunas cosas, no quería dejar pasar la oportunidad de compartirla contigo, que siempre andas buscando poesías nuevas que leer por aquí 🙂 .

Estos poemas están inspirados en el personaje central de un mito de creación indonesio: Hainuwele, de cuya desmembración renacerían los cereales. Este mito habla de cómo la joven es enterrada viva por los hombres en una danza ritual…

En esta obra en cambio, enamorada del señor de los bosques, se ofrece en sacrificio (perdiéndose en el encuentro con su amado)

Está cargada de una ingeniosa dulzura y la historia, es increíblemente bella.

Por mi parte y como siempre, te dejaré al final un enlace para que puedas hacerte con un ejemplar si te han gustado estos versos y quieres leer más.

Poemas no conocidos: Hainuwele (1988)

Si pregunto a los hombres

qué es aquel cuerpo inmenso

que vibra al otro lado de los bosques,

me contestan: «el mar».

Si te pregunto qué es el mar,

me dices:

«un animal de lluvia que sin tregua recorre

la distancia infinita que de sí mismo le separa».

Quieres ponerme a prueba, pretendes confundirme.

Sé que aquel cuerpo inmenso

eres tú

cuando sales del bosque

y arrojas tu saliva sobre el mundo.

 

«Y ¿dónde está escondido tu tesoro, Hainuwele?»,

me pregunta, burlona,

la más anciana del poblado.

Se refiere, lo sé, a lo que siempre buscan

los hombres cuando vuelven del combate.

Mi tesoro, contesto, es suave como el musgo, dulce

como la leche de almendras,

tiene el frescor de los helechos

y sangra sin dolor hasta teñir de púrpura el crepúsculo

o para alimentar los cachorros de un tigre.

 

Mi tesoro no está escondido:

resplandece en el bosque como el oro,

más sólo un hombre ciego

puede hallar el camino que a él conduce.

 

Todos tienen algún objeto precioso que ofrecer:

un cuenco de agua negra en que mirarse,

la piel recién curtida de un leopardo,

un hijo o un potro amado por los vientos.

Pero yo nada tengo salvo

las huellas de mis pies desnudos

en la tierra. (…)

 

(…) Necesito silencio para oírte,

Señor de los bosques,

Señor de los insectos, tú

que creces bajo el musgo y te escondes

en la piel que mudan las serpientes

o bajo el vientre fío de una iguana.

Necesito dormirme en los recodos

sombríos de una nuez y despertarme

en su centro,

allí donde germinas.

Y, pues no es suficiente,

necesito en mi pecho un abismo y al fondo

las fauces dilatadas de una leona hambrienta:

el terror de un instante

y el vértigo,

la caída hacia ti.

¿Acaso bastará escuchar tu silencio

para dejar de oírte en todo lo que vibra?

 

Para oírte

no necesito el silencio

ni los encantamientos ni los sueños

ni tampoco beber la fuerza blanca

de un toro

mezclada con tu sangre.

No necesito rodearme

de grandes caracolas (donde dicen que sueñas en voz alta)

ni dibujar

con la saliva de los múrices

las señales grabadas por el rayo en las peñas.

Es tu voz la que atraviesa los poros de la noche,

se expande y crea el horizonte

y nos sostiene

como la piel del gran búfalo negro sostiene las estrellas.

Ni tan siquiera necesito oírte: tu voz planea como un águila

y hace la luz cuando me cubre. (…)

 

(…) El muérdago se enreda en mis tobillos,

helechos y agavanzas me ciñen las caderas

y un nenúfar

se deshoja en valle dócil

de mis nalgas.

Sobre la tierra húmeda me acuesto como un ojo que se cierra

(tienen mis muslos el sabor del humus en otoño)

y me hago raíz,

vegetal crisálida

aguardando la aurora.

Sobre mis labios quietos

lentamente

desova una culebra.

 

De la tierra ha surtido el fuego

y en mis manos ha dado forma

a los pájaros.

He mentido:

al arder, mis palabras

parecían diamantes.

He callado:

mi frente se quebró como un espejo.

Escucha, tú que ardes en la luz

sin consumirte nunca:

entre mi voz y el silencio, ¿quien quema,

quién arrasa en mi cuerpo

el lugar donde nazco cada día?

 

Dicen que hay ríos, muy lejos de aquí,

que pertenecen al sol y que escapan,

furiosos, de la tierra.

Ciertas noches mis manos son como esas corrientes:

abrasan todos los cuerpos que sueño.

De madrugada los encuentros tibios como la leche en la boca

de un ser recién nacido.

 

Despertaron sospechas mis andares de bosque.

Han enviado mujeres para hacerme preguntas

y dos hombres, de noche, han probado mi cuerpo.

Han enseñado a los niños canciones

para atemorizar

a los espíritus que nutre, dicen,

Hainuwele en su vientre.

Y esconden sus sonrisas entre las zarzamoras:

bayas envenenadas son sus dientes.

Señor, no te conocen, no saben que habitas

esos rayos de sol que se marchitan cuando pasas.


Espero que te hayan gustado y los hayas disfrutado como yo al descubirlos.

Te dejo por aquí otros poemas no conocidos para que puedas seguir descubriendo autores nuevos…


Y lo prometido es deuda, también el link para que puedas hacerte con el mito de Hainuwele y otros poemas si te han enganchado.

¡Felices lecturas! Estaré encantada de ver qué opinas por aquí abajo en el área de comentarios 😉 .

Acerca de Sonia Molinero Martín

Escritora, Redactora Digital y Consultora Literaria. Siempre he querido empezar con este viaje, mi pasión crónica por escribir es la que me trajo hasta aquí y ya no pienso bajarme de este tren...
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