Esto va de los seres y las cosas.
Está dirigido al vacío que nadie cree poseer pero que en el fondo tiene.
Si lo permites, permanece y anida para siempre, como un viejo lobo que tira hacia adentro mirando hacia afuera…
Aunque por otro lado, no puedes hacer nada, porque no existe. Solo es una imagen…
Ojala me escuchen aquellos que normalmente se hacen los sordos, o los que se lo crean. Los que no quieres saber nada de sí mismos.
Los «no aptos» para tantísimo ruido interno.
Que lo hagan los que no llegan nunca por mucho que corran, pero que no les importa, porque saben que lo que les ocurre en realidad es que avanzan más despacio que el resto.
Me refiero a los insuficientes, a los suspensos curso tras curso aunque nadie lo sepa, a los que más se aplican y que soportan a más empollones de los que les tocan.
Hablo acerca del poder y el no querer. De la libertad y la expresión sin límites.
De qué serían los graves sin los agudos, del sol sin la sombra…
Del miedo sin el conocimiento del mismo.
Del reto más grande de todos: el del reflejo insoportable que te escupe algún que otro espejo roto, que ya va pesando demasiado y que te resulta incómodo e injusto porque esperabas encontrar mucho más de lo que ves.
Aquel cabrón que se atreve a mostrarte a través de sí mismo como un mero discípulo de ti mismo con absoluta arrogancia.
De los fracasados empedernidos. De los perdedores que lo son por no querer ganar, por si las moscas les transforman en monstruos.
De la naturaleza violenta del hombre, superior a cualquiera de los animales existentes o extinguidos.
De la virtud más pura silenciada por antojo de la gran mayoría que jamás se permitirían a si mismos volver a ser inocentes.
Hablo del rechazo y del pecado. Del caos que esto supone para algunos impuros.
¿Realmente seremos tantos los que somos únicos?
Quejarse se quejan casi todos los de mi especie y me da igual si se hace o no algo por autocompasión o falsa superación, eso carece de importancia.
Ni la insistencia, la tozudez u obstinación pueden compararse con el conocidísimo arte del «erre que erre» que casi nadie se atreve a utilizar y ni de coña sería capaz de trasladarlo una forma de vida.
Yo si, yo insisto en la cabezonería y los impulsos que no sean genéricos, aquellos que descuadran a priori a todo el mundo…
Más pureza, sencillez y magía a la vida, porque la necesita. Aunque ella, ya lo contiene todo y nosotros, somos los que nos limitamos.
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