Hace un tiempo publiqué un post de este autor, se trata de Reflexiones de Dolor, rimas y desesperación.
Se trataba de un poema bellísimo acerca del dolor que me cautivó, tuve que compartirlo contigo porque me resultó inquietante y fascinante…
He llegado a encontrar libros de poesía rarísimos, en este caso me topé con este que para mí es más que interesante: Rimas, de Esteban Echeverria.
En este caso voy a compartir contigo la primera parte del libro que es «La Cautiva» , y comienza con este pequeño prólogo:
«En todo clima el corazón de la mujer es tierra fértil en aspectos generosos. Ellas en cualquier circunstancia de la vida saben, como la Samaritana, prodigar el óleo y el vino».
El desierto
Era la tarde, y la hora
en que el Sol la cresta dora
de los Andes. El Desierto
inconmensurable, abierto,
y misterioso a sus pies
se extiende; triste el semblante,
solitario y taciturno
como el mar, cuando un instante
al crepúsculo nocturno
pone rienda a su altivez.
Gira en vano, reconcentra
su inmensidad, y no encuentra
la vista, en su vivo anhelo,
do fijar su fugaz vuelo,
como pájaro en el mar.
Do quier campos y heredades
del ave y bruto guaridas,
do quier cielo y soledades
de Dios sólo conocidas
que Él sólo puede sondar.
A veces la tribu errante
sobre el potro rozagante,
cuyas crines altaneras
flotan al viento ligeras,
lo cruza cual torbellino,
y pasa; o su toldería
sobre la grama frondosa
asienta, esperando el día
duerme, tranquila reposa,
sigue veloz su camino.
¡Cuántas, cuántas maravillas,
sublimes y a la par sencillas,
sembró la fecunda mano
de Dios allí! – ¡Cuánto arcano
que no es dado al vulgo ver!-
La humilde yerba, el insecto,
la aura aromática y pura,
el silencio, el triste aspecto
de la grandiosa llanura
el pálido anochecer.
Las armonías del viento,
dicen más al pensamiento,
que todo cuanto a porfía
la vana filosofía
pretende altiva enseñar.
¡Qué pincel podrá pintarlas
sin deslucir su belleza!
¡Qué lengua humana alabarlas!
Sólo el genio su grandeza
puede sentir y admirar.
Ya el sol su nítida frente
reclinaba en Occidente,
derramando por la esfera
de su rubia cabellera
el desmayado fulgor.
Sereno y diáfano el cielo,
sobre la gala verdosa
de la llanura, azul velo
esparcía, misteriosa
sombra dando a su color.
El aura moviendo apenas,
sus alas de aroma llenas,
entre la yerba bullía
del campo que parecía
como piélago ondear.
Y la tierra contemplando
del astro rey la partida
callaba, manifestando,
como en una despedida,
en su semblante pesar.
Sólo a ratos, altanero
relinchaba un bruto fiero
aquí o allá, en la campaña;
bramaba un toro de saña,
rugía un tigre feroz:
O las nubes contemplando,
cómo estático y gozoso,
el yajá, de cuando en cuando,
turbaba el mudo reposo
con su fatídica voz.
Se puso el sol; parecía
que el vasto horizonte ardía:
La silenciosa llanura
fue quedando más oscura,
más pardo el cielo, y en él,
con luz trémula brillaba
una que otra estrella, y luego
a los ojos se ocultaba,
como vacilante fuego
en soberbio chapitel.
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